Artículo Publicado en El Día de Toledo
Luis LANDERO: Dios se enamora del perdedor
3 de septiembre de 2000
Cuando uno sueña con ser escritor siempre teme que está acabado si no ha publicado algo exitoso antes de los 30 años. 41 tenía Landero cuando conocimos su primera novela, Juegos de la edad tardía (como todas las otras, en Tusquets) en 1989. Caballeros de fortuna no llegó hasta 1994 y El mágico aprendiz agotó nuestra impaciencia hasta 1999. Ya cuento el tiempo que falta para que salga la próxima en 2004. Es lógico que un escritor tan honesto, tan cuidadoso, tan meticuloso como él tarde en considerar terminada una novela. El secreto de la grandeza de este mago de los sueños duerme en su trabajo con los seres pequeños, discretos e insignificantes que pululan por sus páginas. Escribe el autor en Caballeros de Fortuna: "Si pactamos con nuestra condición antes que con los sueños o los dioses, el camino hacia la paz puede llegar a ser el más corto y liviano de todos". Sus personajes son seres tan vulgares como tal vez lo sea usted y como sin duda lo soy yo, que ya han pactado con su condición para disfrutar de la seguridad y de los pequeños placeres de una vida rutinaria y en lenta descomposición, hasta que un día sucede el milagro: el destino los roza con sus alas y se les ofrece, por casualidad o por merecimiento, qué más da, la posibilidad de ver cumplidos sus anhelos más íntimos. Casi siempre se presenta el prodigio amparado en una verdad a medias que el protagonista se ve obligado a urdir, hasta engañar a quienes lo rodean, para sostener los afanes de los demás y los suyos propios. Así consigue Landero que el perdedor (yo, tal vez también usted) viaje a la parte más hermosa de nuestras esperanzas, reciba el justo tributo de la existencia y pueda ser el héroe con el que soñaba, por un tiempo. Luego, la realidad suele devolver las cosas a su origen, pero ya nadie puede robarnos lo vivido, ni lo que hemos aprendido en ese tiempo maravilloso de victoria. No es que Landero se identifique con el perdedor, eso ya está muy visto: bucea en su alma hasta presentárnoslo con los ojos amables y cariñosos del Dios que lo creó así, débil, incompleto, imperfecto, pero maravilloso; el Dios que lo acepta tal y como es, que siente su inanidad como el mayor de sus tesoros. Por eso en sus obras la audacia menuda y la solidaridad sincera suelen obrar verdaderos milagros. Y cuando el milagro se nos escapa entre los dedos, no importa, no queda el rencor, ni la tragedia, sino la vaga melancolía de haber tocado la perfección y de haberla visto escapar, para conservar en nuestro recuerdo apenas su perfume. La novela se inventó para que escritores como Luis Landero nos permitieran paladear el sabor de nuestros sueños.
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Luis LANDERO: Dios se enamora del perdedor
3 de septiembre de 2000
Cuando uno sueña con ser escritor siempre teme que está acabado si no ha publicado algo exitoso antes de los 30 años. 41 tenía Landero cuando conocimos su primera novela, Juegos de la edad tardía (como todas las otras, en Tusquets) en 1989. Caballeros de fortuna no llegó hasta 1994 y El mágico aprendiz agotó nuestra impaciencia hasta 1999. Ya cuento el tiempo que falta para que salga la próxima en 2004. Es lógico que un escritor tan honesto, tan cuidadoso, tan meticuloso como él tarde en considerar terminada una novela. El secreto de la grandeza de este mago de los sueños duerme en su trabajo con los seres pequeños, discretos e insignificantes que pululan por sus páginas. Escribe el autor en Caballeros de Fortuna: "Si pactamos con nuestra condición antes que con los sueños o los dioses, el camino hacia la paz puede llegar a ser el más corto y liviano de todos". Sus personajes son seres tan vulgares como tal vez lo sea usted y como sin duda lo soy yo, que ya han pactado con su condición para disfrutar de la seguridad y de los pequeños placeres de una vida rutinaria y en lenta descomposición, hasta que un día sucede el milagro: el destino los roza con sus alas y se les ofrece, por casualidad o por merecimiento, qué más da, la posibilidad de ver cumplidos sus anhelos más íntimos. Casi siempre se presenta el prodigio amparado en una verdad a medias que el protagonista se ve obligado a urdir, hasta engañar a quienes lo rodean, para sostener los afanes de los demás y los suyos propios. Así consigue Landero que el perdedor (yo, tal vez también usted) viaje a la parte más hermosa de nuestras esperanzas, reciba el justo tributo de la existencia y pueda ser el héroe con el que soñaba, por un tiempo. Luego, la realidad suele devolver las cosas a su origen, pero ya nadie puede robarnos lo vivido, ni lo que hemos aprendido en ese tiempo maravilloso de victoria. No es que Landero se identifique con el perdedor, eso ya está muy visto: bucea en su alma hasta presentárnoslo con los ojos amables y cariñosos del Dios que lo creó así, débil, incompleto, imperfecto, pero maravilloso; el Dios que lo acepta tal y como es, que siente su inanidad como el mayor de sus tesoros. Por eso en sus obras la audacia menuda y la solidaridad sincera suelen obrar verdaderos milagros. Y cuando el milagro se nos escapa entre los dedos, no importa, no queda el rencor, ni la tragedia, sino la vaga melancolía de haber tocado la perfección y de haberla visto escapar, para conservar en nuestro recuerdo apenas su perfume. La novela se inventó para que escritores como Luis Landero nos permitieran paladear el sabor de nuestros sueños.
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